España y Portugal.
Respuesta a Manolo Monereo.
Miguel Manzanera Salavert
Hay una indudable comunidad histórica entre las naciones que habitan el
territorio de la península ibérica; proviene de su proximidad geográfica y sus
intereses comunes. Del mismo modo, el Estado portugués y el español han
evolucionado de una forma parecida desde su formación, incluyendo los
acontecimientos del último siglo: la imposibilidad de una república avanzada en
la primera mitad del siglo XX trajo el fascismo, y el agotamiento del fascismo
en su segunda mitad llevó a la democracia representativa. Eso, en
términos generales; pero si nos aproximamos con un poco más de detalle a los
hechos, aparecen notables divergencias. Conviene tenerlas en cuenta.
En primer lugar, Portugal mantuvo una buena parte de su imperio hasta la
revolución de los claveles (1975), situado principalmente en África; España se
quedó sin el suyo a fines del siglo XIX (1898), excepto precisamente dos
pequeñas posesiones en África. De ahí derivan las peculiaridades del
salazarismo, el fascismo portugués; esa diferencia puede explicar el
estancamiento del capitalismo portugués, acostumbrado a lucrarse de la
explotación colonial.
Y también puede ayudarnos a comprender la radicalidad de los
acontecimientos portugueses cuando llegó la democracia: allí había que liquidar
las colonias, esto es, ciertas formas de poder político superadas por la
historia moderna. Desgraciadamente, no podemos decir lo mismo del fascismo, que
vuelve a resurgir continuamente en la evolución del mundo moderno como forma
transitoria de dominación capitalista.
En segundo lugar, Portugal acabó con la monarquía hace más de un siglo, en
1910, después de un atentado en el que murieron el rey y su heredero –el otro
heredero quedó vivo, pero dimitió al cabo de dos años y se proclamó la
República-. Por muy difícil que sea calibrar el valor político de la
institución monárquica –y hay opiniones para todos los gustos-, algunas
evidencias pueden ser puestas como fundamento para una argumentación plausible
sobre el tema.
En efecto, la institución monárquica tiene un claro carácter conservador,
aunque solo sea desde el punto de vista simbólico –en las monarquías nórdicas,
por ejemplo-. Pero además, el rey de España es el jefe del ejército, y si bien
ese ejército ha intervenido apenas en la actividad política reciente, no menos cierto
es que su presencia y su ideología ultraconservadora ha condicionado las
decisiones políticas de los españoles.
Mientras que el ejército portugués jugó un activo papel en la revolución
democrática, como agente inductor de la transformación social, el ejército
español dirigido por la monarquía es profundamente conservador y reaccionario.
Añadamos que el rey es inviolable, lo que significa que está más allá de la ley
y no puede ser juzgado por los tribunales; esto de por sí solo es ya un
atentado contra la democracia. En consecuencia, como una tenia parasitaria del
cuerpo social, la corrupción anida en la misma cabeza del Estado español y se
propaga por todos sus miembros desde ese centro de difusión.
Cierto que la desigualdad social en el país hermano es similar a la
nuestra; que sus índices de desarrollo humano y cultural son un poco inferiores
a los nuestros; que el poder burgués es allí tan fuerte o más que aquí. Sin
embargo, cuando uno sigue la política portuguesa, puede percibir que la
corrupción está vigilada de cerca por las instituciones democráticas;
situaciones que aquí pasarían desapercibidas, tienen en Portugal profundas
repercusiones políticas.
Aunque solo sea en apariencia, según me indican los amigos portugueses, no
menospreciemos el valor de los símbolos. Por otro lado, la productividad del
trabajo es mucho menor, porque la explotación del trabajo no se produce con
tanta intensidad. Pregunten a los empresarios españoles que intentan operar con
mano de obra portuguesa, en el Alentejo por ejemplo.
En resumen: tomando en cuenta esas diferencias, no es fácil extrapolar las
tendencias de la política portuguesa a los posibles futuros de la política
española. No es posible afirmar que la relativa victoria del Partido Socialista
en las elecciones municipales portuguesas significa que el PSOE se esté
recuperando en nuestro país. Pues, las municipales son un tipo especial de
elecciones; puede hablarse de una recuperación del PS –que ha vuelto a situarse
por encima del 35% de los votos, bajando un punto y medio respecto de las
anteriores elecciones municipales-; pero lo más significativo del resultado
electoral no ha sido el crecimiento del PS, sino el hundimiento de la derecha.
Esto es lo que la izquierda portuguesa ha celebrado, y lo que con seguridad pasará
también en las próximas elecciones europeas aquí en España.
Tampoco puede compararse el espectro político portugués con el español. No
hay un bipartidismo similar al de nuestro país; esa afirmación es un error
político, porque la derecha portuguesa no es un bloque monolítico, sino que
está compuesta por dos partidos, PSD (Partido Social-Demócrata) y CDS-PP
(Centro Democrático y Social- Partido Popular).
Según los resultados electorales podría pasar incluso que el PS gobernara
con el CDS-PP, como sucedió ya en el pasado; o bien, aunque esto es menos
probable en la actualidad, podría darse un gobierno del PS con el PSD. Un
gobierno de izquierdas del PS con el PCP (Partido Comunista Portugués)
significaría una auténtica revolución para la cual el país todavía no está
preparado; mucho menos el liberal-socialismo.
El PCP es una formación tradicionalmente mayoritaria en el Alentejo, no
baja nunca del 7% de los votos y se mantiene cerca de un 10% en las
municipales; acercándose ahora al 12% y ganando alcaldías tan significativas
como Beja, Évora y Setúbal, entre muchas otras. Muy diferente la izquierda
española ha oscilado entre el 5% al 12% en diferentes elecciones. Similar a
ésta el BE (Bloco de Esquerda) ha tenido subidas espectaculares en años
pasados, quedándose en resultados más modestos en las últimas elecciones.
Las diferencias son importantes. Téngase en cuenta que el bipartidismo
llegó a tener el 85% de los votos en las elecciones generales al parlamento
español hace un lustro. Y eso teniendo en cuenta que el nacionalismo periférico
-¡menos mal que existe!-, se lleva más de 5% de los votos y un 10% de los
escaños.
A menos que consideremos el PCP como un partido representativo del
Alentejo, nada parecido a un partido nacionalista existe en Portugal; y fuera
de las elecciones a doble vuelta para Presidente de la República, a lo máximo
que ha llegado el bipartidismo ha sido al 65% de los votos. Hablar, por tanto,
de bipartidismo luso, y compararlo al caso español, es un tanto exagerado y
confuso. Ni tampoco la estructura política resiste una comparación: allí no
existen naciones en ruptura con el Estado centralista, ni una monarquía que
garantice la existencia de un ejército ultraconservador.
En definitiva, no hay que vender la piel del oso antes de cazarlo:
esperemos los acontecimientos. Pero si hay que hacer apuestas, la mía está
clara: el final de la monarquía borbónica es lo único que puede abrirnos un
verdadero camino hacia el futuro. Entiendo que negar eso es fruto de la
desconfianza ante las actitudes involucionistas del electorado de clase media,
y del temor a la violenta reacción de la ultraderecha española ante el peligro
de perder sus privilegios seculares.
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