ALBERTO GARZÓN ESPINOSA Diputado de IU
Todo parece indicar, según
revela la prensa, que el Partido Popular está dispuesto a
modificar en solitario la ley electoral municipal. El objetivo
inmediato parece obvio: tratar de garantizar el mantenimiento de los
gobiernos municipales. Probablemente hayan hecho números, a
partir de las encuestas públicas o de otras de su propia cosecha, y
hayan llegado a la conclusión de que dado el actual panorama
electoral es probable que aunque el PP no obtenga mayoría
absoluta sí pueda lograr ser la lista más votada. Fácil
concluir que un pucherazo electoral, cambiando las reglas a mitad de
partido, puede proporcionarles esa garantía.
En primer lugar, hay un asunto económico de fondo:
el mantenimiento del poder municipal como medio de garantizar la
aplicación de los planes de ajuste, esto es, del desmantelamiento
del Estado del Bienestar o Estado Social.
El Fondo
Monetario Internacional ya advirtió en 2013 que el programa de
reformas estructurales en España enfrenta una serie de riesgos. El
primero, los disturbios sociales derivados de la frustración
ciudadana. El segundo, la pérdida de popularidad del bipartidismo.
De ahí se deduce la necesidad -su necesidad- de leyes de
represión ciudadana, como la Ley de Seguridad Ciudadana, y la
necesidad de leyes que compensen esa pérdida de popularidad, como la
anunciada Ley de Reforma Electoral Municipal. Así las cosas, el
mantenimiento en el poder municipal no es un fin en sí mismo
sino un medio para mantener el programa de reformas
estructurales en todos los ámbitos posibles de la administración
pública.
Hay un antecedente interesante para la reflexión:
el recurso al Tribunal Constitucional por parte del Defensor del
Pueblo y a instancias de Izquierda Unida. El 29 de noviembre de 2013
el Gobierno aprobó una reforma del sistema financiero que
incluía una disposición adicional para permitir a los
gobiernos municipales en minoría aprobar planes de ajuste incluso a
pesar de que el pleno municipal estuviera en contra. La
filosofía es clara: la minoría se impone a la mayoría en aras
de aplicar planes de ajuste. El propio Gobierno
lo justificó en su memoria como una “medida extraordinaria
para eliminar obstáculos que afectaran a la estabilidad”. Donde
obstáculo quiere decir democracia procedimental. En contra de
aquella barbaridad sólo
votó el Grupo Mixto e Izquierda Unida. Luego nosotros
pedimos amparo al Defensor del Pueblo y éste acepto. El
recurso sigue pendiente, pero está claro que el Gobierno quiere
adelantarse legalizando, en cierta manera, que las minorías puedan
imponerse a las mayorías.
En segundo lugar, el problema procedimental. La
democracia entendida como procedimiento está basada en la idea de
que la voluntad popular asciende por una pirámide de representación
en cuyo vértice se sitúa el poder ejecutivo. Si la democracia
representativa fuera de tipo ideal, entonces los representantes
serían un mero espejo de los representados -como pretendía
Rousseau- y el parlamento sería a su vez el reflejo en miniatura de
la sociedad misma. Sin embargo, en la práctica hay un enorme
conjunto de elementos mediadores que hacen que eso no funcione
así. Uno de ellos es la ley electoral.
La ley electoral siempre media entre la voluntad
ciudadana y su traducción en representantes que la pongan en marcha.
Pero hecha la ley, hecha la trampa. Pues hay innumerables formas de
diseñar las leyes electorales, y sin duda el diseño condiciona el
resultado.
El tipo ideal democrático es sin duda alguna el
sistema electoral proporcional, donde cada persona es un voto y donde
la pluralidad del conjunto de los representantes será idéntica a la
pluralidad del conjunto de los representados. Es decir, el parlamento
estará constituido por representantes que reflejan adecuadamente a
los representados -al menos teóricamente. Cualquier desviación de
este diseño es un intento de desvirtuar el principio democrático. Y
eso es lo que hace la ley electoral inscrita en la Constitución del
78 -que permite que el 44% de los votos se conviertan en mayoría
absoluta, penalizando además a los partidos pequeños de ámbito
estatal- y también la anunciada ley electoral municipal, que se
convertiría en un sistema mayoritario de facto, donde el 40% podría
tener mayoría absoluta.
En definitiva, estamos ante una vuelta de tuerca que
el Gobierno del PP pone en marcha con objeto de intentar
asegurarse el poder municipal que le permita mantener su
programa de reformas regresivas. Es obvio que temen los posibles
resultados electorales. Pero no sólo el PP, sino también la troika
y las élites económicas. Su problema es que está en juego
el desmontaje de las redes clientelares que se han instalado en el
régimen político-económico desde hace décadas. Esa
alineación de intereses entre la élite política y la élite
económica, y
a la que denunciamos desde hace años, está en
riesgo precisamente porque se espera -a golpe de encuesta- que
la voluntad popular la desmonte. De ahí que el enemigo del
PP sea, precisamente, la desnuda voluntad
popular. Sin embargo, encontrará el PP muchos
obstáculos, puesto que ni tiene garantizado el éxito ni en un
escenario de descomposición electoral será fácil que
fructifiquen sus ideas. Más bien puede acelerar la propia
descomposición electoral.
Un alternativo escenario de candidaturas
alternativas y rupturistas con el bipartidismo puede desbordar al
propio régimen político-económico, convirtiendo de ese
modo las elecciones en un momento constituyente. Y en eso estamos
trabajando quienes creemos que hay alternativa
económico-política al drama actual.
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