El mito de España
MIGUEL MANZANERA SALAVERT, filósofo y coordinador de áreas de IU Extremadura
“Necesitamos un Estado Federal o
Confederal en la península ibérica; pero para conseguirlo primero tenemos
bucear en los símbolos e ideas que dinamizan la cultura de los pueblos
peninsulares, desmontando el mito fascista de España y poniendo barreras a los
cainitas que han mandado tradicionalmente en la geografía peninsular con esa
violencia que intentado retratar aquí”.
Es triste tener que decir esto, pero la verdad amarga pugna por salirme de
la boca: las muchas mentiras y deformaciones configuran la falsa conciencia de
los españoles, cuidadosamente cultivada por la Iglesia integrista y el Estado
autoritario. Entre tantas falsificaciones y yerros que habitan la mente humana,
la historia de España, disfrazada de hechos heroicos y gestas gloriosas, es la
mayor que conozco.
Pertenezco a una generación que fue educada por el Estado franquista y que
tuvo que descubrir la verdad fuera de las aulas y del saber oficial: una larga
historia de crímenes y genocidios para constituir la unidad del Estado español.
A lo largo de esa historia, la intolerancia es el rasgo más definido de la
cultura española; el Estado nacido del matrimonio de los Reyes Católicos se
fundó sobre la unidad religiosa bajo el predominio del cristianismo más
reaccionario e integrista. La expulsión de todas las demás confesiones
religiosas, judíos y musulmanes que poblaron la península en la Edad Media, fue
el hecho inaugural de la historia de España, la destrucción de al-Ándalus. Poco
ha cambiado desde entonces.
El partido conservador que ahora nos gobierna, PP, muestra a las claras que
las esencias patrias no han variado en los últimos 500 y pico años. Recordemos
esas esencias: la persecución de los cristianos que no se sometían a la rígida
dogmática exigida por la Iglesia, acusados de herejes y quemados en las
hogueras inquisitoriales; la represión bajo tortura y posterior ejecución en la
hoguera de mujeres y hombres acusados de brujería; el asesinato de cientos de
miles de personas progresistas en la Guerra Civil de 1936-1939… Son algunos
ejemplos de esa intolerancia congénita de la España tradicional. Si hay otras
Españas, duermen el sueño de los justos en la fantasía de los bienpensantes.
Hablar de España antes del siglo XVI es otra falsificación histórica.
Hispania es el nombre que utiliza Alfonso X en sus crónicas. Éste fue el nombre
con el que los imperialistas romanos designaron la más occidental de las
penínsulas europeas. Ese origen imperial está en la genética misma del Estado
español y determina los sueños que pueblan el inconsciente de esa malhadada
patria. Me basta recordar la propaganda fascista, que me mostraron en la
asignatura de Formación del Espíritu Nacional a los 14 años: ‘por el imperio
hacia Dios’.
En nombre del Imperio Cristiano, heredero del Romano, se cometieron
innumerables genocidios fuera y dentro de la península ibérica: América es el
nombre del genocidio conocido más importante por el elevado número de víctimas
en toda la geografía de aquel continente. Pero no olvidemos, como un genocidio
de similar magnitud, la esclavitud de los negros africanos, varias decenas de
millones.
Elegidos por la Gracia de Dios, los españoles, junto con el resto de
europeos que leen e interpretan la Biblia a su modo e interés, se creen
superiores a los demás pueblos. La unidad del Estado español –¿ansiada por
quién?- es el aprovechamiento del sentimiento nacional de los pueblos
peninsulares al servicio de un proyecto imperialista –recuérdese además que
España y Portugal estuvieron unidos con Felipe II y Felipe III, en el momento
de mayor auge del Imperio de los Austrias-. Ahora que ese proyecto de
dominación mundial está completamente obsoleto y es absolutamente inviable, ¿de
qué sirve esa unidad basada en la violencia represiva del Estado?
Dice Kant en La paz perpetua que, para
conseguir una humanidad pacífica, es necesario que los Estados tengan una
constitución republicana. Lo que esto significa es que la sociedad pacífica es
autocontenida. Los modelos republicanos desde Platón a Rousseau, las utopías
comunistas desde Tomás Moro a Marx, son sociedades autosuficientes que no
necesitan conquistar nuevos territorios para sobrevivir; justamente lo
contrario es la sociedad expansiva que constituye el Estado liberal
imperialista.
¿No podemos empezar a pensar en otro proyecto más moderno al tiempo que más
humano y antiguo? Cuánto mejor sería para los pueblos peninsulares, retomar la
memoria de aquel momento verdaderamente grande de nuestra historia que fue la
cultura musulmana de la península ibérica.
Antes que Hispania, Iberia fue el nombre que los griegos tomaron de las
lenguas habladas por los pueblos costeros de la península. Quizás también los
fenicios usaran este nombre. Habitada por etnias provenientes de lugares
distantes, Iberia fue lugar de encuentros y mezclas durante milenios: íberos
africanos, celtas indoeuropeos, fenicios orientales, griegos e italianos,…
Ese aluvión fermentó finalmente en la esencial cultura andalusí. ¿Por qué
se nos ha borrado esa memoria? ¿No es cierto que el Estado español se ha
fundado secularmente en el lavado de cerebro de sus súbditos? Del mismo modo,
España es el segundo país del mundo con más fosas comunes sin descubrir,
después de Camboya: todas las víctimas republicanas de la guerra civil todavía
yacen enterradas en las cunetas de la historia. No es un tópico; tampoco una
casualidad. La manipulación de la memoria es el arte del poder político
clerical integrista.
Propongo que empecemos a desenterrar la historia y la memoria. Nos dice
Américo Castro que ‘español’ era el nombre que recibían los hispano-romanos en
el sur de Francia, donde se hablaba el langue-d’oc; allí debió existir una
colonia de refugiados ‘españoles’, descontentos con la revolución islámica que
había sacudido la península ibérica.
Pero el langue-d’oc, como entidad política primero, y cultural después,
despareció después tras la conquista del territorio por los francos, con la
excusa de la cruzada contra los albigenses en el siglo XII. Si esto es cierto,
si Américo Castro tiene razón, las migraciones desde el sur de Francia en la
baja Edad Media hacia la península, así como las peregrinaciones a Santiago de
Compostela, tanto como el repoblamiento del Duero bajo el reinado de Alfonso VI
con campesinos provenientes de Francia, debió ser el vehículo que introdujo y
finalmente impuso la denominación de ‘españoles’ a los habitantes de la
península ibérica; sin distinción de regiones diversas.
Es un nombre extranjero, por tanto. Siendo la cultura europea más avanzada
de su tiempo en la Edad Media, el nombre árabe de la península era al-Ándalus.
Pero la nueva invasión que llegó del norte con la cruzada católica a finales de
la Edad Media, impuso finalmente el nombre de España, derivado del toponímico
latino Hispania.
Sí, es cierto. Cada vez más, para más gente, se hace evidente que necesitamos
un nuevo orden político en la península ibérica. Pero para ello se requiere
crear un nuevo orden político, basado en conceptos nacionales enraizados en la
verdadera historia de nuestros ancestros, y eso exige recuperar la memoria.
En efecto, necesitamos un Estado Federal o Confederal en la península
ibérica; pero para conseguirlo primero tenemos bucear en los símbolos e ideas
que dinamizan la cultura de los pueblos peninsulares, desmontando el mito
fascista de España y poniendo barreras a los cainitas que han mandado
tradicionalmente en la geografía peninsular con esa violencia que intentado
retratar aquí. A mí no me cabe ninguna duda de que el camino para lograrlo pasa
por el derecho de autodeterminación de los pueblos y las culturas peninsulares.
Un comentario ( Pelagote,en el foro de San Vicente),sobre el tema:
ResponderEliminarÉste Sr., para ilustrar a sus seguidores, podría publicar en su blog las purgas y crímenes de Lenin y Stalin en la URSS en la primera mitad del siglo XX, a los que podría unir los cometidos en Asia meriodional por Pol Pot y los jemeres rojos en Camboya ayer por la mañana.