En el
feudalismo era pobre el que estaba fuera de la sociedad, es decir, quien no
estaba vinculado por relación de vasallaje a algún señor. En el capitalismo hay
dos tipos de pobres, el que puede vender su fuerza de trabajo, pobre virtual y el que no puede hacerlo, pobre real que para vivir tiene que recurrir a la
caridad. Ello no impide que, sobre todo últimamente, haya pobres reales que
tienen trabajo y para vivir tienen que recurrir a la caridad para satisfacer
sus necesidades básicas. Sucede cuando la fuerza de trabajo se paga por debajo
de su valor y aparecen graves procesos de pauperización que tienen
consecuencias muy directas como la desnutrición infantil o el analfabetismo; o
no tan directas como los problemas de inseguridad y delincuencia.
Los valores
del sistema reducen el problema de la pobreza a una cuestión moral, de
donativos, incluidos los estatales como el subsidio de desempleo, que por
cierto, pagan los propios trabajadores. Por ello, la filantropía y la
beneficencia son virtudes burguesas, extensión de la caridad cristiana. Los
valores de la izquierda guardan relación con la justicia. Otra forma de
justificar la desigualdad es atribuir la pobreza a la falta de virtudes de
quien la padece. Se trata de individualizar la culpa para exonerar al sistema.
Siempre puede recurrirse a esa explicación que justifica la desigualdad desde
una concepción antropológica negativa, el hombre es así por naturaleza, siempre
lo fue y siempre lo será. Pero el hombre llegó a ser hombre, sobrevivió e
incluso dominó a la naturaleza porque nuestros ancestros del neolítico
compartieron lo que cazaban y lo que recolectaban. Es el sistema, su naturaleza
competitiva, el que incita a que salga de nosotros nuestra peor versión. Aunque
estemos hechos no estamos acabados y, por muchos Fukuyamas que lo digan, no ha
llegado el fin de la historia, el mercado no es el último destino de la
humanidad.
Decía el
Obispo Hélder Cámara, “si doy de comer a los pobres, me llaman santo, si
pregunto por qué no tienen para comer, me llaman comunista”. Expresado en otros
términos, actuar sobre las consecuencias puede pasar, pero que no se cuestionen
las causas.
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